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jueves, 15 de diciembre de 2011

adaptación del cuento "La princesa y los siete bandoleros"

La adaptación de este cuento, que podemos considerarlo la versión española de “Blancanieves y los siete enanitos”, está pensada para niños de tercer ciclo de Educación Primaria, más concretamente 6º de Primaria. Aparecen, en esta adaptación del cuento, numerosos símiles con la actualidad que creo que son adecuados únicamente para niños del último curso de Primaria pues, los niños más pequeños, difícilmente los comprenderían.

Erase una vez un Reino en el sur de un país llamado España, era una zona montañosa, con muchas cuevas, grandes peñascos y muy difícil de atravesar, era conocida como Sierra Morena. Pues bien, en este Reino de Sierra Morena, como en todos los reinos, había un rey y una reina, que tenían una hija, la princesa, que se llamaba Eva. Todos eran muy felices en aquel Reino, todos los que estaban próximos al rey y tenían poder, el resto del pueblo malvivía dado que, del jornal que cada persona cobraba por su trabajo, debía dar grandes cantidades al rey debido a los grandes impuestos, tasas y tributos que él demandaba. Y vosotros pensaréis ¿Pero ese dinero el rey lo destinaría en hacer cosas a favor del pueblo? ¡Nada de eso! El rey se dedicaba a darse buena vida, sin trabajar ni hacer nada más que repartir ese dinero entre algunos colaboradores suyos que le ayudaban a mantener el orden en su pueblo. Estos colaboradores se los denominaba políticos y jueces. Los políticos se dedicaban a mantener anestesiada a la población y a desviar su atención a otros asuntos para que no se diesen cuenta de lo que sucedía realmente, ¿cómo hacían eso? Peleando entre ellos por tonterías mientras se llevaban el dinero de todos los habitantes del Reino y vivían con todo el lujo que podéis imaginar. En muchos casos mejor que el rey, que era un poco tonto y, de todo lo que cogía, repartía más de lo que se quedaba. Los jueces eran políticos disfrazados con una toga negra con los puños blancos y se dedicaban, básicamente, a lo mismo que el resto de políticos.

 Pero, ¿hay alguien honrado en este Reino? Sí que lo había, la reina y la princesa, que para nada estaban de acuerdo con cómo funcionaban las cosas en el Reino y no les gustaba ver cómo, el rey, saqueaba los bolsillos de la población para vivir sin trabajar y repartir a políticos y jueces para que “les tuviese a la gente tranquilita”. Madre e hija se apoyaban y se preguntaban más de una vez cómo podrían acabar con esta situación, llegaron juntas a la conclusión de que todo cambiaría cuando llegase la princesa al poder, pero ¿cómo? En estas estaban las dos cuando, un buen día, la reina comenzó a encontrarse mal, estuvo varios días enferma en la cama, con unos dolores terribles hasta que, finalmente, murió mas, antes de morir, entregó a su hija un regalo, un colgante que tenía una foto y un mechón de pelo de la madre, metido en una especie de broche. La princesa, muy apenada por la muerte de su madre y, viéndose sola entre tanta corrupción, decidió abandonar palacio y, sin pensarlo dos veces, se colocó su capa, para pasar desapercibida, encima de su vestido y salió. Al salir de palacio pudo observar en qué condiciones vivía la gente del pueblo, fue terrible para ella observar la pobreza en la estaba sumida la población mientras en el palacio y las casas de los políticos y jueces todo era opulencia, bienestar, abundancia de comida… la princesa caminaba sin saber dónde ir, sin rumbo, no solía salir de palacio, por no decir que nunca lo había hecho,  estaba bastante perdida y, para colmo, comenzaba a anochecer. De pronto, escuchó a lo lejos en el camino el galope de un caballo que se acercaba a ella, el jinete comenzó a frenar el caballo al acercarse a ella y le preguntó: “¿dónde vas niña? ¿no sabes qué es peligroso andar por mitad de la montaña sola y más anocheciendo?” Ella le contestó: “Señor es que no tengo dónde ir”. El misterio jinete le replicó: “¿No tienes dónde ir? Puedes venirte conmigo si quieres, vivo con mis seis hermanos en una cueva que no está lejos de aquí, pasarás la noche con nosotros y mañana ya veremos, pero no son horas para que camines por la montaña sola, pronto saldrán los lobos y no creo que lleves nada para hacer fuego y ahuyentarlos”. La princesa accedió y subió al caballo del misterioso hombre. Pronto llegaron a la cueva que él le había dicho, dado que estaba anocheciendo no había podido ver bien el aspecto del hombre hasta que entraron en la cueva iluminada por el fuego. ¡Es un bandolero! Pensó la princesa con una mezcla entre miedo y cierta emoción, así era, delante de él se estaba un hombre alto, fuerte, con grandes patillas anchas y largas, navaja y dos trabucos en el cinto. “Pasa y te presento a mis hermanos” le dijo el bandolero con amabilidad y, una vez dentro, la princesa fue conociendo uno por uno a los hermanos del hombre que le había salvado de pasar una amena noche con los lobos. Todos eran parecidos a él, unos más altos y otros más bajos, fuertes en su mayoría, con navaja al cinto y uno o dos trabucos dependiendo del manejo de cada cual, todos la miraban con cara de estupefacción, de sorpresa. Y, en ese mismo momento, tras las presentaciones, comenzaron las preguntas ¿Quién eres? ¿qué hacías en mitad de la montaña?, ¿a dónde te diriges?, ¿cómo te llamas?. Ella se inventó la historia de que se llamaba Irene, se dirigía a casa de una tía suya para la que tenía que trabajar sembrando melones, que la había mandado su padre para que la ayudara pero que se había perdido y no sabía cómo debía llegar, la pregunta era obvia, ¿de qué pueblo es esa tía tuya? La princesa inventó el nombre de un pueblo de España que, no existía y, lógicamente, ninguno de los bandoleros conocía pues, todos se miraban los unos a los otros con cara de extrañeza. Ellos le explicaron que eran bandoleros, que se dedicaban a saquear los carruajes que pasaban por los caminos que siempre pertenecían a personas ricas que habían conseguido ese dinero buscándose un puesto cercano al rey, siendo político o juez, y robándoselo al pueblo que era el que trabajaba, que ese dinero pertenecía al pueblo y a este debía volver por tanto, cuando ellos robaban a estos ladrones, además de tener cien años de perdón (“quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón”), repartían ese dinero entre la gente del pueblo que más necesitada estaba. A la princesa todo esto la fascinó e insistía en quedarse con ellos mas, los bandoleros le decían que no podía porque no podían realizar las escaramuzas con ella “a cuestas”, que si no iba con ellos pasaría todo el día sola en la cueva, que siempre andaban huyendo de los guardias del rey que los perseguían, que esa no era una buena vida para ella…hasta que la princesa tocó el tema de la comida, llegados a este punto los bandoleros no pudieron resistir, en el momento en el que la princesa dijo: “pero puedo hacer la comida y tenerla preparada para cuando vengáis”, se hizo el silencio, los siete hermanos comenzaron a mirarse los unos a los otros y finalmente aceptaron. La princesa en un primer momento no sabía cocinar muy bien, algo le había enseñado su madre pero, en palacio, tenían personas que les hacían la comida, no obstante pronto aprendió y, cada día, realizaba mejores comidas. Poco a poco la princesa fue sintiéndose una más dentro del grupo, no solo hacía la comida sino que también curaba y vendaba las heridas que traían los bandoleros y los cuidaba como si fuera una madre. El tema es que, no era su madre, y comenzaron las miraditas de complicidad, las carantoñas y también los piques entre hermanos hasta que, una noche, después de un mal día de bandoleros. Un mal día de bandoleros es cuando estos no están bien coordinados, los carruajes se les escapan, están desconcentrados en la batalla y vuelven a la cueva con más heridas de la cuenta y sin un céntimo en la bolsa… el hermano pequeño, que era el capitán de los bandoleros ya que, además del más guapo, era el más inteligente, valiente y hábil con la navaja y el trabuco, llamó al orden y dijo a sus hermanos que, a partir de ese mismo instante, Irene sería para ellos como una hermana, que les cuidaba, les hacía de comer y les curaba las heridas pero que no debía haber piques entre ellos, ni se debían desconcentrar ni nada por el estilo pues, de lo contrario, Irene se tendría que marchar. La charla del menor de la familia funcionó y, a partir de esa noche, todo fue mucho mejor. Irene, además de cocinar, vendar heridas, coser mantas, pantalones, camisas y chalecos, opinaba sobre las estrategias que llevarían a cabo al día siguiente, recababa información que otras mujeres contaban cuando iba a lavar al río acerca de si pasaría por allí algún carruaje con algo sustancial, es decir, era una más de la familia. Ella se sentía como una madre para ellos y los bandoleros la cuidaban y protegían como si fuese su hermana y estaban muy agradecidos por todo lo que hacía por ellos. Un día, tras una desafortunada escaramuza solo regresaron tres bandoleros heridos, tristes y magullados contaron a Irene lo que había sucedido. Había intentado atracar dos carruajes que viajaban juntos con una estrategia tan ambiciosa como peligrosa, teniendo como resultado la detención de cuatro de los hermanos, entre ellos el más pequeño, el capitán de los bandoleros, y los tres que lograron escapar volvieron a la cueva en un estado deplorable. Los bandoleros sabían que a la que se iban a enfrentar sus hermanos era pena de muerte, y que la ejecución sería en una semana.

La princesa Eva, Irene para los bandoleros, decidió lavarse la cara en el río, limpiar un poco su vestido e ir a palacio y, así lo hizo. Al llegar a la puerta los guardias le preguntaron que quién era, ella contestó que la hija del rey, no obstante, es normal que no la creyesen pues hacía tres años que ella había abandonado palacio. Finalmente la princesa pudo pasar y cuando estuvo ante el trono del rey le dijo: “Padre ¿te acuerdas de mí? Soy tu hija y vengo únicamente a pedirte un favor, ¡deja en libertad a mis hermanos!” El rey que no entendía nada le dijo: “Hija pero…si mi hija nadie la ha encontrado desde hace años, desapareció como por arte de magia, la he buscado por todo el Reino y nada, si bien es cierto que te pareces a ella pero, ¿cómo puedes demostrarme que eres mi hija, y no una impostora que viene aquí a rogarme algún favor?” La princesa le mostró el colgante con la foto de su madre y el mechón de cabello y le dijo: “¿Me crees ahora?” El rey dando un salto bajó del trono llorando y se abrazo a la princesa diciendo: “Hija mía, ¿dónde te había metido? Te busque por todo el Reino y no te encontré, pensé que habías muerto” La princesa le contó toda la historia, incluyendo el motivo por el que se había ido, diciéndole que los bandoleros no son personas malas, que los malos y miserables son las personas como él y todos los que le rodeaban que robaban a la gente pobre. La princesa le dijo a su padre que saliese de vez en cuando a ver cómo vivía la gente, que él no era malo y seguro que cambiaría su actitud al ver lo mal que lo pasaba el pueblo. El rey pensó mucho acerca de esto y finalmente le dijo a su hija: “Eva, entonces ¿qué quieres que haga por ti, pídeme lo que quieras y te lo concederé?” La princesa respondió: “Primeramente padre, quiero que liberes a esos cuatro bandoleros; en segundo lugar que dejes de saquear a la población con impuestos tan altos, reduce al máximo esos impuestos cogiendo lo imprescindible para poder hacer construcciones y cosas útiles para el pueblo, dejando el resto para que puedan vivir bien de su trabajo; en tercer lugar me gustaría que aquí, en palacio, viviésemos de nuestro trabajo al igual que todos los demás, quisiera que todos esos políticos y jueces que están robando y viviendo como reyes, dejasen de hacerlo y comenzasen a vivir de su trabajo también y, en último lugar, quisiera casarme con el capitán de los bandoleros”. El rey accedió a todas las peticiones de la princesa, comenzando por liberar a los bandoleros e incluirles en su guardia personal, siguiendo por echar a todos los políticos y jueces, cogiendo todo el dinero que han tenido de más y repartiéndolo entre el pueblo, lo mismo hizo con todos los bienes que él tenía de sobra, y haciendo que políticos y él mismo viviesen de su trabajo. En cuanto a la última petición, accedió encantado, casando a su hija en ese mismo instante con el capitán de los bandoleros que, desde el primer momento la había amado pero nunca le había dicho nada.

A partir de ese momento comenzó a vivirse mucho mejor en aquel Reino, todos vivían de su trabajo, dejaron de hacer falta los bandoleros ya que nadie se enriquecía a costa de otros y todos fueron muy felices. 

Justificación de la adaptación.
           
He cambiado algunas cosas del cuento debido a que mi intencionalidad, además de entretener, era crear una adaptación de este cuento que dejase entrever algunos de los problemas que tenemos en la sociedad actual, siendo la de entretener la más importante. Y qué mayor problema que la corrupción, que el hecho de que los políticos se queden con la mayor parte de los sueldos en concepto de impuestos para, supuestamente, realizar infraestructuras y servicios que reviertan en nuestro beneficio y luego encontrarnos que ese dinero va directamente a sus bolsillos. Quién es ajeno a los continuos fraudes de Urdangarín, al “Caso Gürtel”, a la “estupenda” gestión de los alcaldes de Alcorcón (donde la deuda es seis veces superior a la que decían) y Parla (donde no se paga a ninguna empresa que trabaja para el ayuntamiento), a los ERE en Andalucía, al despilfarro del ayuntamiento de Madrid, al ministro que negocia la entrega de dinero público en las gasolineras, un país donde las pequeñas y medianas empresas quiebran tras realizar un trabajo para el Estado y no ser pagadas…


Pienso que los niños no deben ser ajenos a todos estos casos de corrupción, no debemos ocultar la realidad a nuestros alumnos, debemos educar a personas con capacidad de crítica. Sé que no es un tema que interese demasiado a los alumnos pero, tampoco son personas ajenas a la realidad, ellos escuchan hablar en la televisión y a sus padres sobre que hay que “apretarse el cinturón”, que un político se ha llevado dinero, que el otro ha hecho tal cosa y, queramos o no, estos temas terminan por, aunque solo sea de forma lejana, formar parte de sus vidas.

Hay algunas figuras en el cuento que son símbolos, por ejemplo, el rey representa el poder, los políticos y jueces se acercan al poder para enriquecerse, y cuanto más se enriquecen más quieren. La princesa representaría a esas personas honradas que existen en el mundo de la política, a esos políticos honrados que sí trabajan por el pueblo y que, seguramente sean la mayoría, lo que sucede es que los pocos que roban, lo hacen con avaricia. Los bandoleros sí están ambientados en la época y no he pensado en que simbolicen a nadie de nuestra época. El pueblo somos todos y cada uno de los españoles, la gente de a pie, la gente normal, de la calle, que trabaja y paga impuestos, las clases medias en las que, en mayor o menor medida, se está notando la crisis y estamos sufriéndola, mediante bajadas de sueldos, medidas de ahorro o Paro.
  
Siendo más minuciosos con los cambios introducidos en el cuento comenzaré por el motivo por el que la protagonista sale de su casa, la princesa abandona su hogar no porque su madrastra la intentase matar sino por las injusticias que tiene que observar en las personas que le rodean; por lo tanto, ya no puede estar a punto de caer por el precipicio cuando se encuentra con los bandoleros sino que, uno de estos es quien la encuentra en el camino y la socorre porque estaba sola y anochecía, llevándola a la cueva; la excusa que pone la princesa también es diferente, en la historia narrada en clase cuenta que cae empujada por alguien que le quiere mal, mientras que, en la adaptación, la princesa alega que viaja a casa de su tía para ayudarla a sembrar melones pero, al no conocer bien el camino se ha perdido; dadas las injusticias que ella ha vivido y visto al salir de palacio y en él, cuando vuelve a su casa con el rey, le pide además de que libere a los bandoleros y casarse con el pequeño, que deje de saquear a la población y que, tanto políticos como el rey, viviesen de su trabajo, cobrando en impuestos lo justo para prestar ciertos servicios al pueblo. 

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