La adaptación de este cuento, que podemos considerarlo la versión española de “Blancanieves y los siete enanitos”, está pensada para niños de tercer ciclo de Educación Primaria, más concretamente 6º de Primaria. Aparecen, en esta adaptación del cuento, numerosos símiles con la actualidad que creo que son adecuados únicamente para niños del último curso de Primaria pues, los niños más pequeños, difícilmente los comprenderían.
Erase una vez un Reino en el sur de un país llamado España, era una zona montañosa, con muchas cuevas, grandes peñascos y muy difícil de atravesar, era conocida como Sierra Morena. Pues bien, en este Reino de Sierra Morena, como en todos los reinos, había un rey y una reina, que tenían una hija, la princesa, que se llamaba Eva. Todos eran muy felices en aquel Reino, todos los que estaban próximos al rey y tenían poder, el resto del pueblo malvivía dado que, del jornal que cada persona cobraba por su trabajo, debía dar grandes cantidades al rey debido a los grandes impuestos, tasas y tributos que él demandaba. Y vosotros pensaréis ¿Pero ese dinero el rey lo destinaría en hacer cosas a favor del pueblo? ¡Nada de eso! El rey se dedicaba a darse buena vida, sin trabajar ni hacer nada más que repartir ese dinero entre algunos colaboradores suyos que le ayudaban a mantener el orden en su pueblo. Estos colaboradores se los denominaba políticos y jueces. Los políticos se dedicaban a mantener anestesiada a la población y a desviar su atención a otros asuntos para que no se diesen cuenta de lo que sucedía realmente, ¿cómo hacían eso? Peleando entre ellos por tonterías mientras se llevaban el dinero de todos los habitantes del Reino y vivían con todo el lujo que podéis imaginar. En muchos casos mejor que el rey, que era un poco tonto y, de todo lo que cogía, repartía más de lo que se quedaba. Los jueces eran políticos disfrazados con una toga negra con los puños blancos y se dedicaban, básicamente, a lo mismo que el resto de políticos.
La princesa Eva, Irene para los bandoleros, decidió lavarse la cara en el río, limpiar un poco su vestido e ir a palacio y, así lo hizo. Al llegar a la puerta los guardias le preguntaron que quién era, ella contestó que la hija del rey, no obstante, es normal que no la creyesen pues hacía tres años que ella había abandonado palacio. Finalmente la princesa pudo pasar y cuando estuvo ante el trono del rey le dijo: “Padre ¿te acuerdas de mí? Soy tu hija y vengo únicamente a pedirte un favor, ¡deja en libertad a mis hermanos!” El rey que no entendía nada le dijo: “Hija pero…si mi hija nadie la ha encontrado desde hace años, desapareció como por arte de magia, la he buscado por todo el Reino y nada, si bien es cierto que te pareces a ella pero, ¿cómo puedes demostrarme que eres mi hija, y no una impostora que viene aquí a rogarme algún favor?” La princesa le mostró el colgante con la foto de su madre y el mechón de cabello y le dijo: “¿Me crees ahora?” El rey dando un salto bajó del trono llorando y se abrazo a la princesa diciendo: “Hija mía, ¿dónde te había metido? Te busque por todo el Reino y no te encontré, pensé que habías muerto” La princesa le contó toda la historia, incluyendo el motivo por el que se había ido, diciéndole que los bandoleros no son personas malas, que los malos y miserables son las personas como él y todos los que le rodeaban que robaban a la gente pobre. La princesa le dijo a su padre que saliese de vez en cuando a ver cómo vivía la gente, que él no era malo y seguro que cambiaría su actitud al ver lo mal que lo pasaba el pueblo. El rey pensó mucho acerca de esto y finalmente le dijo a su hija: “Eva, entonces ¿qué quieres que haga por ti, pídeme lo que quieras y te lo concederé?” La princesa respondió: “Primeramente padre, quiero que liberes a esos cuatro bandoleros; en segundo lugar que dejes de saquear a la población con impuestos tan altos, reduce al máximo esos impuestos cogiendo lo imprescindible para poder hacer construcciones y cosas útiles para el pueblo, dejando el resto para que puedan vivir bien de su trabajo; en tercer lugar me gustaría que aquí, en palacio, viviésemos de nuestro trabajo al igual que todos los demás, quisiera que todos esos políticos y jueces que están robando y viviendo como reyes, dejasen de hacerlo y comenzasen a vivir de su trabajo también y, en último lugar, quisiera casarme con el capitán de los bandoleros”. El rey accedió a todas las peticiones de la princesa, comenzando por liberar a los bandoleros e incluirles en su guardia personal, siguiendo por echar a todos los políticos y jueces, cogiendo todo el dinero que han tenido de más y repartiéndolo entre el pueblo, lo mismo hizo con todos los bienes que él tenía de sobra, y haciendo que políticos y él mismo viviesen de su trabajo. En cuanto a la última petición, accedió encantado, casando a su hija en ese mismo instante con el capitán de los bandoleros que, desde el primer momento la había amado pero nunca le había dicho nada.
A partir de ese momento comenzó a vivirse mucho mejor en aquel Reino, todos vivían de su trabajo, dejaron de hacer falta los bandoleros ya que nadie se enriquecía a costa de otros y todos fueron muy felices.
Justificación de la adaptación.
He cambiado algunas cosas del cuento debido a que mi intencionalidad, además de entretener, era crear una adaptación de este cuento que dejase entrever algunos de los problemas que tenemos en la sociedad actual, siendo la de entretener la más importante. Y qué mayor problema que la corrupción, que el hecho de que los políticos se queden con la mayor parte de los sueldos en concepto de impuestos para, supuestamente, realizar infraestructuras y servicios que reviertan en nuestro beneficio y luego encontrarnos que ese dinero va directamente a sus bolsillos. Quién es ajeno a los continuos fraudes de Urdangarín, al “Caso Gürtel”, a la “estupenda” gestión de los alcaldes de Alcorcón (donde la deuda es seis veces superior a la que decían) y Parla (donde no se paga a ninguna empresa que trabaja para el ayuntamiento), a los ERE en Andalucía, al despilfarro del ayuntamiento de Madrid, al ministro que negocia la entrega de dinero público en las gasolineras, un país donde las pequeñas y medianas empresas quiebran tras realizar un trabajo para el Estado y no ser pagadas…
Hay algunas figuras en el cuento que son símbolos, por ejemplo, el rey representa el poder, los políticos y jueces se acercan al poder para enriquecerse, y cuanto más se enriquecen más quieren. La princesa representaría a esas personas honradas que existen en el mundo de la política, a esos políticos honrados que sí trabajan por el pueblo y que, seguramente sean la mayoría, lo que sucede es que los pocos que roban, lo hacen con avaricia. Los bandoleros sí están ambientados en la época y no he pensado en que simbolicen a nadie de nuestra época. El pueblo somos todos y cada uno de los españoles, la gente de a pie, la gente normal, de la calle, que trabaja y paga impuestos, las clases medias en las que, en mayor o menor medida, se está notando la crisis y estamos sufriéndola, mediante bajadas de sueldos, medidas de ahorro o Paro.
Siendo más minuciosos con los cambios introducidos en el cuento comenzaré por el motivo por el que la protagonista sale de su casa, la princesa abandona su hogar no porque su madrastra la intentase matar sino por las injusticias que tiene que observar en las personas que le rodean; por lo tanto, ya no puede estar a punto de caer por el precipicio cuando se encuentra con los bandoleros sino que, uno de estos es quien la encuentra en el camino y la socorre porque estaba sola y anochecía, llevándola a la cueva; la excusa que pone la princesa también es diferente, en la historia narrada en clase cuenta que cae empujada por alguien que le quiere mal, mientras que, en la adaptación, la princesa alega que viaja a casa de su tía para ayudarla a sembrar melones pero, al no conocer bien el camino se ha perdido; dadas las injusticias que ella ha vivido y visto al salir de palacio y en él, cuando vuelve a su casa con el rey, le pide además de que libere a los bandoleros y casarse con el pequeño, que deje de saquear a la población y que, tanto políticos como el rey, viviesen de su trabajo, cobrando en impuestos lo justo para prestar ciertos servicios al pueblo.
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