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lunes, 9 de enero de 2012

mis creaciones :)

Prosa.

Aquel no era un día cualquiera, doña Consolación se levantaba como cada día pero sabía perfectamente que día era, el viejo reloj despertador que lucía en su mesilla parecía susurrárselo al oído: Consolación…hoy es día 24 de diciembre… Eso llenaba de alegría a la anciana, porque estamos hablando de una persona de noventaidós años, ¡qué se dice pronto! Doña Consolación se levantó despacito de la cama, con cuidado para no hacerse daño, una vez que estaba de pie, comenzó a caminar lentamente, ella siempre decía que era para engrasar los huesos, no andaba desencaminada pues al cabo de pocos minutos ya podía moverse casi con la misma agilidad que una mujer de veinte años, o más.


Sacó la leche de su viejo frigorífico y la echó en el cazo para calentarla, no le gustaban los microondas porque decía que calentaban solo el recipiente. Después de desayunar, se vistió y salió a la calle, ¡era una fría mañana! Pero el sol comenzaba a calentar y, según las previsiones que iba haciendo en su cabeza, a “media mañana” haría una temperatura estupenda. Consolación no podía dejar de pensar en que, aquella noche, iría a cenar a casa de su hija, su yerno y sus nietos. Estaba deseando de que llegase el momento en el que sonase el timbre y ella contestase: “¿Quién es?”, aún sabiendo perfectamente quién era y su nieto respondiese con voz fuerte: “soy yo abuela, baja rápido que tengo el coche en doble fila”. La mujer fue a misa, pues era de misa diaria, y allí conversó un ratillo, por supuesto después de la misa, con sus amistades y el señor cura. Decir señor cura le hace mayor pues era un joven de unos, no llegaría a treinta años, al que todas las abuelas del barrio le tenían casi como un hijo, no había día que no le llevasen comida, fruta o alguna cosa que él agradecía tímidamente. Era una persona amable y cercana, tímida, pero de gran capacidad para atender a las personas mayores, habilidad necesaria para ser sacerdote en la actualidad. Pero bien, volvamos a nuestra señora Consolación, después de la misa, fue a dar su paseo porque no pensemos que con noventaidós años no caminaba la mujer, se daba su paseo de dos horitas, a paso lento, pero le valía para entretenerse y hablar con la gente en la calle, la anciana Consolación era una eminencia en el barrio, era conocida por todos pues, a todos había hecho favores en los años duros de después de la Guerra Civil. Ésta es una razón por la que era conocida, la otra y fundamental era porque había sido maestra en el colegio del barrio, cuántas personas de cuarenta y cincuenta años la paraban por la calle con esa pregunta de “¿Doña Consolación se acuerda usted de mí?”. A lo que la mujer, sin la menor doblez, contestaba unas veces sí y otras no. Cuando contestaba “no” añadía siempre la misma coletilla, educada y humilde a la vez, “lo siento hijo”. Y enseguida preguntaba: “pero dime ¿quién eres? Refréscame la memoria, ¿te di clase?”. Y así día tras día era saludada por más de veinte o treinta personas en su largo paseo si lo medimos en tiempo, corto si lo medimos en distancia. Llegó la hora de comer y la anciana Consolación comió y se “echó” su siesta, tasada como siempre, una hora, nunca más de eso. Al levantar de la siesta su reloj marcaba las cinco, su nieto quedó con ella en recogerla a las siete, por tanto, tenía aún dos horas para arreglarse, peinarse, coger su bastón de las grandes ocasiones y esperar sentada frente a la puerta a que el timbre 
sonase. Pensaréis que aburrida esta mujer, se sentaba ante la puerta y no ante la televisión, sí, así es, pero no os he dicho un detalle: se sentaba ante la puerta con la radio puesta, ¡cómo le gustaba escuchar la radio! Pues bien, eran las cinco cuando se levantó de la cama y fue hacia la cocina a merendar porque, las personas mayores también meriendan y ¡no cualquier cosa! Cogió la cafetera que su hija le regalo el año anterior por su noventa y un cumpleaños y se hizo su café, al que añadió un poquitín de leche. Ese rico “café cortado” lo acompañó con dos galletas sin azúcar, es que tenía el azúcar un poquitín alta pese a que era delgada como un saltamontes. Terminó de merendar y se fue a vestirse a su cuarto, bueno ella lo llamaría alcoba pero para que nos entendamos a su cuarto, una vez que se puso su traje de chaqueta de los domingos, sus pendientes de piedrecitas, como ella los llama, y el collar que le regaló su marido. Se peinó y maquilló un poquito y ya estaba lista para esperar al puntual de su nieto, que siempre llegaba cinco minutos antes de la hora que decía, no obstante eran las seis en punto, tenía una hora para escuchar su programa favorito en la radio Las tardes de Irune, en el que contaban bonitas historias folclóricas, o de toda la vida según la señora Consolación, que le recordaban a su etapa de maestra en el colegio “Enrique Jardiel Poncela”. Cuando más interesante estaba una de las historias en la radio y más concentrada estaba nuestra protagonista sonó el timbre, era su nieto seguro, eran las siete en punto, no podía ser otro, no obstante descolgó el telefonillo y dijo con voz enérgica y un acento andaluz difícilmente disimulable: “¿Quién es?”, a lo que una voz grave respondió: “Soy yo abuela, baja que tengo el coche mal aparcado”, una sonrisa se dibujó en la cara de doña Consolación…¡es Navidad!



Verso.
Educar es amar
Educar es compartir
Es escuela
Es convivencia
Es respeto
Educar es esperanza
Es dedicación
Es futuro
Educar es tolerancia
Es admiración
Es diversión
Es innovación
Es creación
Educar es crecer juntos
Es caminar unidos hacia un futuro mejor

Diálogo teatral.
Aparecen en la escena doña Emilia y Pedro, cada uno a un lado de la puerta. Doña Emilia es una señora mayor, de unos ochenta años que es la abuela de Pedro, un joven estudiante de magisterio.
Riiingggggg

Doña Emilia: “¿Quién eeeee?” (con un acento andaluz difícilmente disimulable).
Pedro: “Santa Lucíaaaa”
Doña Emilia: (hablando para sí) pero si Santa Lucía ya ha venido este mes…
Desde dentro de la casa suena la voz de don José, el marido de Doña Emilia y abuelo de Pedro.
Don José: “¿Quién eeeee?”
Doña Emilia: “Santa Lucía han dicho, ¡cállate!” (dirigiéndose a su marido).
Don José: “Pero cómo va a ser Santa Lucía si ya han venido este mes a pasar lo del seguro mujeeeeeer”
Doña Emilia: “Ave yo que sé” (contesta a su marido mientras abre la puerta)
Pedro: “¡Qué pasa abuelaaa! Siempre picas ¡eh! Anda que…”
Doña Emilia: “Me cachi en ti ¡eh!, con que Santa Lucía…” (dice doña Emilia a su nieto riéndose).
Pedro entra en la casa hasta llegar a su abuelo…
Don José: “Pero hombre niño, ¿cómo engañas así a la abuela?” (que se lo toma con humor aunque no tanto como su mujer)
Pedro: “Si es que abuelo siempre se lo cree”
Doña Emilia: “¡Cómo no me lo voy a creer! Si dicen Santa Lucía pues…Santa Lucía será…hombre a mí me extrañaba porque estuvieron aquí el otro día…”
Don José: “Y encima vienen cobrando más, que nos han subido ya la cuota de lo de los muertos a cuarenta y cinco euros mensuales”
Pedro: “A ver abuelo…está la vida muy mala”
Don José: “Sí que lo está sí, se está poniendo el muuuundooo, que yo menos mal que me voy a morir pronto, pero hay que tener mucho cuidado y muchas precauciones, te lo dice tu abuelo que tiene más experiencia”
Pedro: “Ya abuelo…es verdad”
Doña Emilia: “Voy a sacarte algo para tomar” (se va por el foro).
Don José: “Sí sácale lo que él quiera, si está casa ya sabes que es tuyaaa”
Pedro: “Ya ya lo sé abuelo…y bueno sabéis algo de Barcelona o del pueblo”
Don José: “Ave pues ná…que están bien y ya está”

Volviendo doña Emilia

Doña Emilia: “Esta mañana ha llamado la tía Rafaela y dice que están bien y del pueblo hace ya unos días que no sabemos ná…no sé si estarán bien o cómo estarán…a ver si llamó un día”
Don José: “No señora que llamen ellos que siempre llamamos nosotros, que ya está bien con tal de no gastar son capaces de no saber ná de nosotros en tol año”

Doña Emilia hace burlas a su marido.

Pedro: “Pues el otro día estuve hablando con el primo y dice que están bien y que hace mucho frío en el pueblo así que esta Navidad vamos a tener que abrigarnos”
Don José: “Nosotros no creo que vayamos niño porque ando pachucho de lo mío y no tengo muchas ganas de moverme la verdad…”
Doña Emilia: “Sí niño nosotros nos quedaremos aquí, vosotros ¿cuándo os vais?”
Pedro: “Pues nos iremos el treinta para pasar allí la Nochevieja y eso… de todos modos en Nochebuena ya sabéis que venís a casa”
Doña Emilia: “Sí, si Dios quiere y abuelo puede ir, iremos pallá”
Pedro: “No venimos nosotros a por vosotros, no os preocupéis que pasamos con el coche y así no tenéis que ir andando con el frío y demás”
Don José: “Eso me parece mejor” (riéndose)
Doña Emilia: “Oye niño y cómo van tus amigos del pueblo Eloy con el trabajo, Aitor, el Cano…”
Pedro: “¡Van bien abuela! Eloy sigue trabajando en lo suyo y le va bien, Aitor estudiando y el Cano ahí anda que le han llamado me dijo de una empresa de “La Lancha”, un pueblo que está yendo para Córdoba”
Doña Emilia: “Pues a ver si tuviera suerte…”
Don José: “Suerte no, trabajo. Hincar los codos y trabajar eso es lo que a mí me gusta y lo que vale”
Pedro: “Pues sí…bueno me voy a ir yendo que tengo que hacer cosillas por casa, llama esta noche para decir a ver que le da el azúcar al abuelo” (dirigiéndose a doña Emilia).
Doña Emilia: “Sí yo llamó no te preocupes”

Se levanta Pedro y da un beso a sus abuelos.

Don José: “Bueno niño sé bueno y ya sabes…el que algo quiere algo le cuesta”
Pedro: “Ya ya abuelo…”                              
Doña Emilia: “Bueno niño ten cuidaíto”
Pedro: “Sí abuela no te preocupes” (acercándose ya hacia la puerta seguido por Doña Emilia).

Se escucha a Don José desde dentro.

Don José: “Sobre todo con el cocheeeee”
Pedro: “Sí abuelo, adiós abuela”
Doña Emilia: “Adiós niño…jo parece que has daó otro estirazón, estás más alto”
Pedro: “No sé abuela” (contesta riendo)





1 comentario:

  1. ¡Esta es la buena! Perfecto. Acabas de descubrir el juego poético, que es muchísimo más interesante que la simple y triste búsqueda de rimas.

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