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jueves, 19 de enero de 2012

a mis padres y profesores

He de reconocer que la clase de hoy me ha fastidiado bastante, sí me ha “jorobado el invento” y no porque no me ha haya gustado, que me ha parecido de hecho una clase preciosa sino porque, muchas de las cosas que ha sugerido Irune en ella, ya las tenía pensadas y puestas por escrito como ideas para hacer un par de “entraditas” en el blog. De modo que, al hacerlas hoy, va a parecer que las estoy llevando a cabo porque lo ha sugerido Irune en clase y no, las tenía pensadas antes de esta clase, de cualquier forma las voy a hacer porque quiero, porque me apetece y me parece que es de justicia.

Quisiera primeramente agradecer mucho a muchas personas. Podría empezar por los fabulosos maestros y profesores que tuve en el colegio Vedruna. Gracias, en gran medida, a ellos hoy estoy estudiando tercero de magisterio. Todos y cada uno de ellos, aunque obviamente recuerdo más a algunos que a otros, al igual que unos me parecen mejores que otros y han influido más en mi vocación.

La manera de ser y trabajar de mis maestros de Educación Primaria considero que ha sido fundamental en mi vocación. El otro día pensaba de dónde podía venir esta vocación a ser maestros, este amor por la educación y cariño por los más pequeños. Pronto encontré respuestas, las principales respuestas las tengo en mi casa. Mi madre es maestra, es tremendamente buena, es brillante, genial, apabullante… Es increíble ver cómo cuando entra en clase todos los niños, que además son de infantil, la miran con enorme entusiasmo, con profundo cariño y con muchísimo respeto, pero respeto del bueno, del que emana de la admiración, del gusto por tu profesora. Es genial observar cómo trabaja con los niños, es dinámica, divertida, capta la atención de los niños con fascinantes cambios de voz, abriendo mucho los ojos. Alguna vez que he pasado por su clase he podido ver la forma cómo narra los cuentos, lo hace de tal manera que los niños la miran embobados, se ríen con ella, se asustan si, en el personaje malo, hace un cambio de voz fuerte.


Todo esto no queda ahí, los padres sienten una profunda tranquilidad cuando los niños llegan al colegio en tres años y empiezan con ella. Es una persona cercana, en la que ellos confían plenamente, humilde… la verdad es que es más complicado de lo que pensaba hablar de personas como mi madre. Ella no se lo cree pero es una institución en el colegio Vedruna de Villaverde, es querida y respetada por todos los padres y alumnos, es curioso comprobar cómo todos los alumnos que han pasado por su clase guardan un gran recuerdo de ella, y no es que me lo digan a mí porque, al fin y al cabo, que me van a decir, sino que se lo demuestran saludándola, diciéndoselo a ella, hablando con ella siempre que quieren, porque mi madre siempre está disponible aunque no tenga nada de tiempo. Con los padres sucede lo mismo, si tienen alguna duda sobre cualquier asunto del colegio le preguntan a ella pero, no debemos pensar que mi madre sea la típica profesora “coleguita” de los padres, indiscreta que cuenta las cosas privadas del colegio, todo lo contrario mira muchísimo por el centro, como si fuese suyo, es una persona ecuánime, que sabe hasta dónde puede decir a unos padres y qué debe callar. Con un ejemplo así en casa, una persona que trabaja tan sumamente bien en el aula con los niños de infantil es muy complicado que no te llegue a gustar la educación. Si entras en una clase de mi madre y te gusta la educación, y la educación 
“bien hecha”, es muy complicado que no salgas motivadísimo. Es un verdadero ejemplo de profesionalidad y de buen hacer en materia de educación, una maestra de raza y más si tenemos en cuenta que también es psicóloga y no quiso ejercer porque lo que le gustaba era ser maestra, es una maestra de verdad.

Pero bueno dejemos ya de alabar a mi madre y vayamos con mi padre que, pese a que es médico, también ha tenido que ver en mi vocación. Mi padre me ha enseñado muchas cosas en la vida que yo siempre le agradeceré, mi padre me ha enseñado a ser responsable y trabajador. Esos valores, que creo que tengo, se los debo en gran medida a mi padre. Él me he enseñó el sentido de la responsabilidad, de hacer bien las cosas, del esfuerzo y el trabajo. La forma de hacerlo seguramente no fuese pedagógicamente correcto pero, ¡qué más da!, él no maestro ni pedagogo y fue capaz de enseñarme todas esas cosas. Esa responsabilidad y espíritu de trabajo ha quedado grabada “a fuego” en mi personalidad y se lo debo a él, porque me ayudaba día a día a superarme, porque seguramente gracias a él esté yo aquí, estudiando magisterio. Yo con diez u once años era un vago redomado, un mequetrefe que venía del colegio donde trabajaba su madre con comunicaciones (parte) y, gracias a la labor de mis padres, pero en especial de mi padre experimenté un gran cambio. Él me decía muchas veces “hijo mío tú ni lana para una pelota como sigas así”, hoy en día lo pienso y, pedagógicamente, no estaba nada bien eso que me decía pero supo motivarme, supo dar con la tecla, supo hacer que yo mismo desarrollase un sentido de trabajo, de responsabilidad, dejase de hacer, con el perdón de los lectores, “el capullo” y me pusiese a trabajar.

Hoy en día continúa diciéndome cosas semejantes pero, ahora, me explica la razón por lo que me lo dice. Más de un día he llegado de la universidad quejándome y después de aguantarme muchísimas quejas me dice “si quieres salte de la universidad y ponte a trabajar, nos saldría más barato. Si tú no eres feliz, para que vamos a gastarnos un dinero en que sufras”, en ese preciso instante se acaban mis quejas, no hay nada que decir frente a eso. Es la persona que, en momentos de “mirarme el ombligo”, de llorarme de lo desgraciado que soy en la vida (cuando soy afortunado como pocos) me ha dicho claramente las cosas tal y como son, me ha hecho dejar de “mirarme el ombligo” y comenzar a ser una persona adulta. En momentos de exámenes, muchísimos trabajos o agobios varios ha sucedido lo mismo, me he quejado y me ha dicho que todo el mundo estará igual, incluso gente que trabaja en mi clase que está peor que yo y que, yo, no estoy en una situación peor que la suya que estudiaba medicina y trabajaba como enfermero, que estudio una oposición teniendo que jugar conmigo al fútbol (pues yo ya había nacido y era pequeño), teniendo que ir a comprar, trabajando… con una serie de responsabilidades que yo no tengo. Y luego viene su explicación, lógica y cuadriculada, pero a la vez brillante y de gran ayuda, me dice: “te sirve de algo llorarte hijo, no te sirve de nada. Arregla tu situación que estés quejándote y agobiándote, no sirve para nada. Te agobias por tonterías, en un vaso de agua te ahogas y no tiene sentido porque no sacamos nada con eso” y cuánta razón lleva… muchísimas gracias papá, gracias por tu enorme ayuda sin la que, hoy en día no estaría escribiendo estas cosas, sin la que, sin duda alguna, no sería la persona que soy hoy. Mi padre tiene mucho que ver en la
persona que soy, él no me ha impuesto una forma de ser o de actuar, pero sí con sus enseñanzas y planteamientos ha influido, sin quererlo, en hacer de mí una persona trabajadora y responsable.

Con todo esto puede parecer que mi padre es una persona fría, dictatorial y altiva; nada más lejos de la realidad, es una persona humilde, tremendamente humilde, la vida de mi padre se resume en mucho esfuerzo y constante trabajo, pero con una humildad y una forma de afrontar las cosas verdaderamente ejemplar. Es una persona cariñosa, que se preocupa mucho por mí, con la que hablo muchísimo. Es serio pero divertido a la vez, es, en definitiva, un gran hombre, una gran persona, un ejemplo a seguir, al igual que mi madre, por si no había quedado claro en párrafos anteriores.

Volviendo a mis maestros, he de reconocer que su modo de actuar en el aula, su ejemplo, despertó en mí el gusto por esta bellísima vocación. Son personas que hacen que te guste ser maestro, estando con ellos deseas ser como ellos, vivir como ellos, dedicarse a lo que ellos se dedican. Todos y cada uno de ellos han ayudado a forjar, y no saben hasta que punto, mis ganas de dedicarme a esta profesión, despertaron en mi hace más de diez años (y tan solo tengo veinte) mis ganas de ser maestro. Siempre ha querido ser maestro, toda mi vida he querido dedicarme a la educación, a los niños y esto ha sido gracias a ellos, a que han sido un ejemplo a seguir y, ojalá algún día, yo pueda ser un ejemplo a seguir para mis alumnos, ojalá ellos quieran dedicarse a esta preciosa profesión. Nada me haría más ilusión que escuchar de la boca de mis alumnos que quieren ser maestros, que quieren dedicarse a la enseñanza. Ya en la actualidad cuando alguien que está haciendo Bachillerato o, incluso ni eso, cuando hacemos la denostada pregunta a los niños de “bonito ¿y tú qué quieres ser de mayor?” y el niño responde profesor, no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa de oreja a oreja. Cuando escucho a chavales de dieciséis o diecisiete años decir que quieren ser maestros enseguida se me dibuja esa sonrisa de oreja a oreja y no puedo evitar decir “Jo ¡qué bien!”. Para mí querer ser maestro, tener clara mi vocación es de las mejores cosas que me han pasado en la vida, y digo de las mejores y no la mejor porque, como he apuntado anteriormente, soy tremendamente afortunado, me han pasado muchísimas cosas buenas en mi vida.

Siempre he tenido muy buenos profesores, después de estar en el colegio Vedruna pasé a otro colegio Vedruna de Madrid en el que me encontré con profesionales de la educación tremendamente buenos. En ese colegio al que fui a estudiar Bachillerato los profesores preparan los temas buscando información de diferentes fuentes, ellos son los que confeccionan el temario, no siguen libro de texto. Eso ya me parece fantástico, en su momento me parecía bien pero no lo comprendía, ahora que prácticamente puedo decirme a mí mismo que soy maestro lo comprendo y me parece excelente, es un gran trabajo. Los profesores con los que me encontré allí eran personas dedicadas a los alumnos, se preocupaban por nosotros, trabajaban muy bien, eran profesionales de categoría, maestros y profesores de raza.

En mi camino la suerte, Dios, la vida (pongo varios para que cada uno escoja el que más le convenga dependiendo de sus creencias, formas de pensar…) ha puesto buenísimos 
maestros y profesionales de la educación en general a los que les debo, sin ningún género de dudas, en mayor o menor medida, tener tan claro que quiero ser maestro, tener una vocación fuerte y, haber tenido la suerte de, desde bien pequeñito ver, tanto en casa como fuera, la preciosa forma de ser y actuar de maestros de verdad.
  

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