Al leer este texto he tomado conciencia de la capacidad que posee la literatura de plasmar el momento histórico y social y, de cómo ésta varía conforme va cambiando la sociedad, el modelo social. Por ello me parece de vital importancia que un maestro conozca las diferentes épocas históricas de la literatura, cómo se escribía en los diferentes momentos históricos porque, de este modo, conoceremos mucho más a fondo el momento histórico en cuestión.
Decir que un maestro debe ser una persona medianamente culta y que debe leer puede parecer una obviedad pero, lamentablemente, cada día los maestros leen menos. ¿Con qué autoridad moral vamos a exigir a nuestros niños que lean si nosotros no lo hacemos? Pero más allá de esto, debemos leer porque es la manera de aprender y de adquirir cultura. Opino que un maestro no debe ser, ni será un especialista en literatura infantil, en biología, en matemáticas, o en filología inglesa pero, sí que creo que el maestro es aquella persona que tiene un nivel aceptable de cada una de estas cosas. El maestro debe saber, conocer de todos los campos, dado que, por definición, es “maestro” de Educación Primaria, está capacitado para enseñar todas las asignaturas. De acuerdo que, para ello, no es necesario que sea experto en todas pero sí que posea un nivel aceptable en todas y cada una. El maestro debe saber de todo, no mucho, pero sí lo suficiente.
Volviendo al texto, la pregunta que, como maestro, debería hacerme y me hago es: ¿Ante qué tipo de niño nos encontramos en la actualidad en la literatura? Pero, incluso más allá de la literatura, sería necesario conocer ante qué tipo de niño nos encontramos en las aulas. Esto es fundamental si queremos tener éxito como maestros, si queremos llegar a los niños y que éstos aprendan. A mi modo de ver nos encontramos en las aulas españolas de Educación Primaria con una gran variedad de perfiles, es difícil generalizar pero creo que podemos dar algunas pinceladas que son, más o menos, iguales en todos los casos. Podríamos comenzar diciendo que son niños que manejan las nuevas tecnologías, que las conocen bien, por tanto, debemos introducirlas en el aula para captar su atención y conseguir que estén motivados en la tarea. En general, son chavales que les gusta aprender, muchas veces decimos que no tienen interés en aprender, que “pasan” de todo, claro y cómo no lo van a hacer si basta con entrar a ciertas aulas de Educación Primaria y, lo más flagrante, hasta de Educación Infantil y parece que te has confundido y has entrado en un aula universitaria, todos sentados, inmóviles como muebles, “tronchados” hacia sus libros, quizá la palabra adecuada sería “postrados” o, simplemente, inclinados encima de libros de texto tediosos e “infumables”, eso sí, perfectamente cubiertos con una coraza de dibujitos que los hacen parecer entretenidos y motivadores. Es imposible que los niños muestren interés por un aprendizaje así, por un aprendizaje que choca frontalmente con su naturaleza, con su momento evolutivo. Es imposible que los niños de Educación Infantil y, al menos, primer y segundo ciclo de Primaria, aprendan sentados, sin movimiento. El movimiento es básico en este momento evolutivo, deben aprender moviéndose y, progresivamente, conforme van necesitando menos, vamos pasando de un mayor movimiento a más momentos de estar sentados, pero progresivamente y a lo largo de la Educación Primaria. No es serio tener a niños de tres años sentados como universitarios de veinte, porque no es natural, no se corresponde a su momento evolutivo. Y digo tres años como podría decir seis, siete u ocho.
Escribiendo este párrafo he caído en la cuenta de la gran epidemia del siglo XXI, la obesidad infantil, cómo no van a estar obesos los niños si los sentamos seis horas en el colegio, como si fuesen muebles. Si salen al recreo desesperados, como posesos, cómo no van a salir como posesos si estás haciendo justo lo contrario a lo que debes hacer con niños tan pequeños, si tienes “estabulados” o “encarcelados” a los niños, quietos, inmóviles durante horas, cómo no van salir de las aulas corriéndose y hasta llevándose al maestro por delante aunque, pensándolo bien, ojalá se llevasen por delante a maestros así (siempre en sentido figurado, “llevar en volandas” fuera de la escuela y que nunca vuelvan a pisarla).
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